Niña bella

Niña bella

martes, 28 de diciembre de 2021

Víctima inocente

 



íctima inocente
ÍCTIMA INOCENTE


Chosica es un pueblo rural en las afueras de Lima. Tiene viñedos y un río que corre bullicioso entre las piedras. El sol alumbra todo el año en esa aldea.
En el invierno limeño, numerosas familias acuden desde la capital, para acampar con sus fiambres y sus manteles en los verdores de Chosica, y almuerzan allí a la sombra de frondosos árboles.

En el pueblo de Chosica también habitan personas muy pobres en barriadas, que son casas formadas con esteras muchas veces, sin protección contra la lluvia, allí moran niños de caritas tristes, los de las voces humildes. Hace poco un hecho muy doloroso en aquel lugar, conmovió muchos corazones.
Una mañana, un pequeño de ocho años que vivía de las limosnas de la gente, y que pasaba las noches arrinconado en el umbral de una iglesia, (desde que muriera su madre hacía un año), se juntó con otro niño de su misma edad y decidieron ir a vender caramelos.

Ambos niños subieron a un ómnibus de pasajeros, cada uno llevaba una bolsita de caramelos de limón. Pero antes de empezar a vender habían acordado
cantar cada uno cualquier canción, para los distraídos oyentes. El amigo cantó un vals criollo que se sabía de memoria, y el pequeño vagabundo de nuestra historia que se llamaba "Pedro", decidió en cambio recitar un poema a su madrecita muerta, y los versos decían así:

Madre,
tú me criaste en tu vientre
desde que yo era pequeño,
como un granito de habichuela.

Madre,
tú regaste con tu llanto
mi frente afiebrada,
en tus noches de desvelo.

Madre,
tú me alimentaste
en la tibieza de tu seno,

y me arrullaste
hasta que el sueño
cerraba mis ojitos.

Madre,
tú me cantabas
canciones de cuna
para calmar mi llanto.

Madre,
y ahora que te has ido
en mi pecho hay un quebranto
y ha quedado solo nuestro nido.

Madre,
ya no sé lo que son tus besos
desde que te fuiste al cielo,
y he quedado solo y abatido
en este suelo.

Madre,
yo voy por las calles solitario
y todavía te espero,
no tardes, llévame contigo,
que todavía te quiero.

El niño acabó esta última estrofa llorando, y todos los pasajeros empezaron a aplaudir al pequeño aprendiz de poeta. Algunas señoras alargaron sus
manos para acariciar la cabeza del niño huérfano. Y muchos empezaron a comprarles sus caramelos de limón. "-¿Cuánto cuesta hijito?-" les preguntaban.
Y los pequeños contestaban: "-A veinte céntimos la unidad.-" Y así los pequeños amiguitos lograron vender esa mañana casi todos los caramelos de limón. Cuando bajaron del ómnibus el amigo le preguntó a Pedrito: "-¿Dónde aprendiste esa poesía?-" y el niño contestó: "-La aprendí en un libro de
lectura en mi colegio.-" "-Pero tú no vas al colegio.-" le replicó el amigo. "-No, ya hace tiempo que no voy, desde que mi mamá se murió.-", contestó Pedro.

"-¿Sabes?-" le dijo el otro niño, y agregó: "-Vamos a comprar un juguete con lo que hemos juntado de la venta de los caramelos.-"
"-Si,-" contestó Pedrito entusiasmado. "-Yo quiero un barco de plástico que he visto en el mercado.-", dijo el niño huérfano. "-Yo también.-" respondió
el amigo. "-Vamos para allá.-" Y llegando al mercado vieron a un vendedor ambulante, que tenía esparcidos en el piso, sobre una tela de tocuyo, varios
juguetes de plástico, y entre ellos sobresalían barquitos de diferentes colores.
"-¡Yo quiero el azul.!-" dijo entusiasmado Pedro. "-Y yo el verde.-" contestó su amigo con la misma alegría.

"-¿Cuánto cuesta?.-" preguntaron los niños al unísono, y el vendedor les dijo: "-A S/.2.00 dos soles cada uno. Los niños contaron todo los céntimos que
traían en sus bolsillos, y vieron con ilusión que aún tenían más de dos soles. Entonces le pagaron al vendedor, que les envolvió en una bolsa sus barcos.
Era el mediodía, y en las cercanías de una polvorienta barriada, corría una ancha acequia de aguas malolientes, mezcladas con barro, y hacia allí se
dirigieron los niños. Su anhelo era hacer flotar sus barcos en esa corriente de agua tumultuosa. En su inocencia, ignorando el peligro, los niños se
inclinaban sobre la acequia y sumergieron sus barcos de plástico sobre las aguas, pero Pedro al ver que la corriente se llevaba rapidamente su preciado juguete, agarró una rama delgada que estaba en el suelo, e inclinándose para tratar de jalar su barquito, la fatalidad hizo que el peso de su cuerpo lo venciera, y cayó el pobre niño a las aguas, e inmediatamente su cuerpecito fue arrastrado por la corriente.

El otro niño corrió a dar aviso a los vecinos y a la gente que transitaba por la zona, de lo que había acontecido. Los vecinos llamaron a los bomberos, que no tardaron mucho en venir al lugar del accidente, y estos valerosos hombres lucharon por cinco horas para sacar el cuerpo del infortunado Pedrito, que fue encontrado luego a varios kilómetros de distancia. Uno de los bomberos llevaba el cuerpo fláccido e inerte entre sus brazos. Fue conducido al Hospital más cercano, donde sólo constataron su deceso. Nada se pudo hacer por el inocente niño. Su padre, que lo había abandonado desde la muerte de la madre de Pedro, fue avisado por los pobladores, y lleno de remordimiento pidió dinero a las autoridades para darle a su hijo cristiana sepultura.

Y así terminaron los breves días de este infortunado niño de la calle. Huérfano y sin esperanzas, con ropa de andrajos, limosneando siempre un poco de pan, así hay muchos niños que deambulan por mi ciudad. Y pareciera que en aquel poema aprendido en sus días escolares, lo hubiera recitado como un presagio, como una plegaria, que fue oída allá en el cielo, por su madre.

INGRID ZETTERBERG

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