Niña bella

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martes, 4 de enero de 2022

Cuento "Una oscura navidad"

 UNA OSCURA NAVIDAD

Hace algunos años había un hombre elaborando en un oscuro rincón, tarjetas navideñas con papel crepé.  En su rostro había tristeza, y cada vez que terminaba de hacer una postal, la iba pegando en una alta y gastada muralla.

Había mucho bullicio en aquel lugar, un gran patio lleno de voces y rechinar de sombrías rejas. Se trataba de un penal.

De pronto hizo su aparición otro hombre, que se diferenciaba de los demás: Venía disfrazado de "Papá Noel", y aunque a carcajadas se reía, tenía la mirada lejana y muy triste. 

Afuera de la atestada cárcel, aunque lloviera o el sol castigara con inclemencia, formaban largas filas las mujeres. Eran esposas, hijas y madres, y casi todas llevaban un niño lloroso en los brazos; otras tenían a inquietos chiquillos tomados de la mano. Había fatiga en sus pequeños rostros, había hambre y sed.

Al día siguiente sería la nochebuena para muchos presos injustamente encarcelados. Estarían en penumbra, lejos del hogar. Pero ese día era tarde de fiesta; habría chocolatada y panetón en el penal. 

De pronto se inició un show navideño, y un ambiente de villancicos nostálgicos, flotaba en derredor.  Los niños que iban llegando se ilusionaban y formaban rueda a un árbol de pino, que los presos días antes se habían afanado en armar. Alegrías inventadas por las manos laboriosas y cansadas de esperar.

Se sirvieron de pronto en bandejas de plástico, vasos llenos de chocolate tibio, y una tajada de bizcochuelo para todas las madres y niños. La tarde iba transcurriendo con tranquilidad.

Al día siguiente correrían lágrimas de ancianas madres, y jóvenes esposas, por aquel asiento que estaría vacío un año más. Había terminado la tarde, y el tiempo de visita se iba acabando.

Luego un ministro de Dios en el centro del patio elevó una oración. Todos inclinaron la cabeza y se santiguaron en silencio. Después vino el momento más doloroso: La despedida tras las rejas, y los últimos besos con sabor a sal, y un ¡Feliz Navidad, mi amor! Y unas manitos pequeñas que querían asirse de papá, y es que los niños no entendían porque su padre se quedaba y ellos llorando se iban. 

Después, ni un susurro invadió el penal. Solamente el acostumbrado sonido de los gruesos llaveros en las oxidadas cerraduras. Pronto anocheció, y a lo largo de los corredores a veces un sollozo ahogado de algún presidiario, llenaba el silencio...

INGRID ZETTERBERG



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